Como todos los días, iba esta mañana en el coche hecho un vinagres, cagándome en el resto de conductores habidos y por haber. Un día como cualquier otro. Las canciones del USB iban pasando una tras otra por el equipo de música y no les iba prestando mucha atención.
Entonces se han empezado a amontonar las casualidades: salía del último tramo urbano de mi trayecto y empezaba la parte del camino que discurre por la hiperexplotada huerta, entre naranjos y alcachofas. A la vez, como por arte de magia, el único vehículo que llevaba delante a paso de tortuga ha decidido tomar el primer desvío a ninguna parte que ha encontrado y me he quedado completamente solo en el camino. Justo a continuación el sol ha acabado de levantarse y lo ha iluminado todo con esa luz amarillenta tan peculiar del amanecer.
Y por si fuera poco, para rematarlo, la playlist ha llegado a este tema:
Ahí estaba yo, dándole al coche toda la cera que me atrevo por esas rectas irregulares, con el sol en la cara, la carretera vacía y buena música sonando. Si no hubiera tenido que entrar a trabajar habría sido perfecto.
Ha sido un cúmulo de señales con las que el día parecía estar diciéndome que no fuera tan gilipollas ya de buena mañana. Que en vez de ir gruñendo y quejándome, me busque un poco la vida, arregle lo que pueda, y lo que no, que resbale y se vaya a la mierda.
Y además, me sirve para escribir otro poco por aquí. Ni tan mal.
Deja una respuesta