Está siendo una tarde larga en el trabajo. Una de esas en las que no hay nada que hacer. Los funcionarios, en horario de verano, hace horas que se han largado y por aquí sólo estamos el de seguridad, la de la limpieza y yo. Además, por aquello de salvar el planeta, han apagado el aire acondicionado y hace bastante calor.
Por suerte, la ventana más cercana está orientada a la calle, y gracias a eso entra algo de este sol vespertino, algo que me recuerda que afuera aún es de día y de paso me ayuda a no sentirme como un condenado en una celda.
Además he dado con una lista de spotify con música noventera, todo temas que solía escuchar en tardes como ésta, con la sencilla diferencia de que entonces lo hacía en mi habitación, tumbado en la cama, quizá leyendo algún libro y con la persiana abierta apenas un palmo para que entrase algo de aire y dejar fuera el sol abrasador.
Es curioso como muchas veces unas pocas notas de una canción o un olor puede remover la memoria mucho más que las palabras o una imagen, y traer a la luz recuerdos que creíamos olvidados o perdidos en la montaña de trastos que llamamos memoria.
Hoy mi habitación ya no es mía, está invadida por mi hermana, que desde que dejé de vivir allí ha ido expandiendo su espacio vital de forma inexorable por toda la casa. Los estantes siguen llenos de libros y CD’s, pero ya no son los míos, como tampoco las películas o la decoración que ha ido añadiendo ella.
Sólo el sol, y las canciones, son todavía los mismos.
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